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miércoles, 2 de marzo de 2022

El presagio de un siniestro



Rafael Espinosa / En las vísperas del incendio, doña Josefa soñó que debajo de su cama había fuego, ni siquiera se atrevía a ponerse las sandalias porque veía las llamaradas, de tal manera que hizo un esfuerzo supremo por despertarse hasta lograrlo. Entre las penumbras, murmuró a su esposo, Maurilio, lo que acaba de soñar.

—Los sueños son falsos —repuso don Maurilio, dominado por la pesadez de la madrugada.


—A mi se me hace que me va a dar calentura; eso dicen cuando uno sueña con fuego —añadió doña Josefa, de 74 años.


—A lo mejor estás durmiendo con los brazos prensados —le dijo su esposo.


Y todo quedó en silencio nuevamente.


Ese lunes, doña Josefa amaneció con un pesar en el corazón y sin apetito, le dio de comer a sus aves del corral, a sus dos hijos con discapacidad y ella solo se tomó un vaso de leche. Conforme pasaron las horas, su tristeza fue menguando hasta que alguien le dijo que en la esquina de la cuadra estaban regalando tortillas.


Se medio alistó y, jalando a su esposo y a sus dos hijos, acompañada de su nuera que vive con ella, se fue a la esquina. Eran alrededor de las once y media de la mañana. Apenas tomaba una silla en el grupo de señoras, cuando le llegaron a decir que su casa se estaba incendiando.


—Espérenme aquí —le dijo a su esposo y a sus hijos, ocultando su angustia, sin que estos se enteraran de lo que estaba ocurriendo.


Ella y su nuera corrieron hacia la casa. Cuando llegaron, el fuego consumía el toldo de lona y cartón que tenían en el patio, a una velocidad increíble que aumentaba con el sol del mediodía. Las llamas entraron a la casa y arrasaban con todo. Las aves del traspatio revoloteaban en el corral. Su nuera alcanzó a entrar con una escoba para intentar rescatar a un conejo que se había metido debajo de la cama, sin embargo, fue imposible. Minutos después, solo escuchó chillidos del conejo cuando fue alcanzado por el fuego. Doña Josefa también entró desesperada, tomó su Niño Dios y salió de inmediato. Más tarde, fue llevada a la casa de un vecino porque veía oscuro a causa de la alteración en su presión arterial, se supo después. Llegaron los bomberos y también tuvieron que parar dos pipas que pasaban por la calle para apagar las llamas. Todo fue en fracción de minutos.


Don Arcadio, el vecino de enfrente, dice doña Josefa, le contó después que los cables de su mufa echaban chispas, lo que probablemente llegaron a la lona del toldo del patio y ocasionó el fuego. Sin embargo, esta noche, sentada a la intemperie de su patio, reflexiona que solo Dios sabe lo que pasó. 


Ese 1 de marzo, hace cuatro días, su esposo, acompañado de sus dos hijos, se puso a llorar al ver a tanta gente que corría en la calle.


—¿No será que le habrá pasado algo a mi esposa? —le preguntó a una señora.


—No se preocupe usté, ahorita va a venir —le contestó, mintiéndole y tratando de calmarlo, para que no se preocupara.


Doña Josefa recuerda con tristeza el revoloteo de las aves en el corral: murieron calcinados sus siete gallos, seis gallinas, una de ellas empollando unos huevos; una pata y el conejo que murió debajo de la cama en la que horas antes había presagiado el incendio.


—Se acabó todo en un cerrar de ojos —dice, mirando las ruinas de su alrededor—; muebles, ropa, trastes, documentos, animales, convertidos en cenizas.


Nota: Doña Josefa vive en la Calle Río Portugal 1333, entre las Avenidas Pichucalco y Lagartero, colonia Albania Alta, Tuxtla Gutiérrez.


Los hechos ocurrieron el lunes 1 de marzo, hace cuatro días.

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