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miércoles, 2 de marzo de 2022

Historia de un torero




Rafael Espinosa / Rodolfo Palafox Cortés nacido en el barrio bravo de Tepito, otrora Distrito Federal, en 1931, pero con más de 50 años radicando en Chiapas, fue uno de los mejores toreros mexicanos a mediados del siglo pasado que viajó a España y Francia haciendo lo que más le apasiona: la tauromaquia.


A sus 90 años de edad, don Rodolfo cuenta que su interés por la fiesta brava surgió al escuchar las crónicas taurinas en las transmisiones de la radio, la cual se mantenía encendida mientras su madre hacía las labores del hogar. Acaso tenía unos diez años de edad. 


Desde entonces comenzó su alharaca infantil de que quería ser torero. Su insistencia fue tal que, siendo de una familia de escasos recursos económicos y sin asistir a la escuela, un día en el comedor, a la hora de la comida, estalló el tema.


—A ver hijo —le dijo su padre que era de carácter fuerte—. ¿Qué quieres en esta vida: trabajar, estudiar o ser torero?


—Ser torero, papá —contestó sin pensarlo dos veces.


Su padre, en desacuerdo por siempre en que su hijo fuese torero, soltó un exabrupto:


—¡Desde este momento no tienes casa, ropa y comida! —. Su esposa trató de calmarlo, sin embargo, todo estaba decidido. 


Rodolfo se fue a la calle con sus diez años de vida.


Así vivió más de un lustro en medio de gente de baja estofa en las esquinas y callejones sin salida. Muchas veces llegó a su casa, a escondidas de su padre, para pedirle a su madre una playera limpia y se perdía nuevamente entre las calles de aquella ciudad. 


Consiguió con el tiempo un capote y una muleta, las cuales no dejaba nunca; asimismo nuevas compañías que perseguían este sueño mutuo, de tal forma que juntos comenzaron a torear por placer en fiestas patronales de los pueblos, donde pedían caridad para poder comer.


A los 18 años, llegó a su casa cuando su padre agonizaba a los 70 años. Lo puso entre sus brazos, sin rencor y sin remordimientos, pero con las inevitables lágrimas.


—Dile a tu papá que te dé su bendición —le sugirió su madre, casi llorando, como un acto de reconciliación paternal. Logró bendecirlo.Tras esta escena, su padre cayó muerto.


—Aquí se acabó todo —se dijo respecto a llevar su vida errante.


Sin embargo, continuó visitando ganaderías y ruedos para torear en Aguascalientes, Guadalajara, Tijuana y el resto del país hasta llegar a lidiar un toro de 500 kilogramos. Antes de los 30 años, en sus mejores momentos, reunió a más de 30 mil almas en las plazas de toros que le aplaudían sin descanso. Fue entonces cuando le ofrecieron el papel principal como actor en una película, el cual rechazó después de dubitativas dificultades. 


Recuerda que debutó en la Plaza de Toros "El Toreo de Cuatro Caminos", en 1955, en el Estado de México. Compartió el ruedo con Raúl Márquez y Víctor Mora.  En la Plaza de Toros México se presentó ese mismo año, con el novillo "Palacero" de la ganadería de Pastejé, donde alternó con Flavio Aguilar y Américo Garza "Romerita".


Un año más tarde, en 1956, Rodolfo Palafox ganó el "Estoque de Plata" en la Plaza de Toros México, cuyo premio fue disputado por Roberto Ocampo, Héctor Mier, Raúl Márquez, José Antonio Enríquez y Chano Ramos con novillos de Piedras Negras.


Finalmente, en 1961, compartió el coso de Ciudad Juárez, Chihuahua, con su padrino de oficio e ídolo de siempre, Lorenzo Garza Arrambide, de Monterrey, siendo testigo el también torero mexiquense Luis Procuna Montes.


Rodolfo Palafox viajó a España y Francia presentándose en plazas de renombre donde gozó del aplauso y admiración de la afición europea. Convivió con artistas como los pintores Pablo Picasso y Salvador Dalí, mientras que en México con Emilio “El Indio” Fernández, empresarios mexicanos y toreros reconocidos como los españoles Manuel Rodríguez “Manolete”, Juan Belmonte, Rafael Goméz “El Gallo”, el mexicano Joselito Huerta “El León de Tetela”, entre otros.


Al regresar a México, después de más de siete años en aquellos países, siguió toreando con menor intensidad. Frisaba en los 40 años, cuando viajó a Chiapas, con fines de torear, donde conoció a su señora esposa, María González González (finada), con quien procreó cuatro hijos: Rosalinda, Luis Fernando, Rodolfo y Juan Gabriel. Aquí, el también aficionado al boxeo, se hizo empresario y amante de su familia.


En este estado del sur de México se quedó para siempre, con sus múltiples cirugías de cornadas letales y los recuerdos inolvidables que aún lo mantienen con una lucidez y vitalidad que cualquiera desearía a su edad. Él es, señores lectores, dueño de la Plaza de Toros “San Roque” de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

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