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miércoles, 2 de marzo de 2022

¡Jefecito, échenos la mano, por favor!: migrante a un vecino




Rafael Espinosa / Don José Antonio estaba parado en la orilla de la carretera; esperaba a su esposa que vendría en un taxi del municipio de Bochil. Sin embargo, después de unos minutos, decidió irse a su casa, en una calle privada, a unos 50 metros del tramo Chiapa de Corzo-Tuxtla Gutiérrez, donde ocurrió la tragedia.

 

Eran alrededor de las tres de la tarde. Mientras llegaba su esposa, fue por una carretilla y herramientas que ocupa regularmente para arreglar su casa, como acostumbra en sus ratos libres. Estaba a punto de comenzar a trabajar cuando llegó su esposa en el taxi que se estacionó enfrente de su domicilio.

 

Bajaron las cosas y el taxista se retiró. Apenas subían las gradas del patio, porque su casa está en un terreno en desnivel, cuando escucharon un fuerte estruendo, como si fuera un bombazo. Ambos se quedaron viendo.

 

—¿Lo escuchaste? —le preguntó su esposa, sorprendida.

 

—Sí —repuso él sin inmutarse, es un choque; acostumbrado a escuchar accidentes en la zona.

 

—Se escuchó muy fuerte —añadió ella con una mala corazonada. ¡Vamos a ver!, exclamó.

 

Ambos salieron tan rápido que ni la puerta del patio cerraron. Fueron hacia la carretera y se encontraron con el tráiler volcado y mucha gente revuelta alrededor. Conforme se acercaron, vieron a personas tiradas en el suelo, que más tarde sabrían eran migrantes. Algunos pedían agua, otros se quejaban de dolor, decenas estaban exánimes dentro de la caja del tráiler. Muchos corrieron despavoridos a distintos lados.

 

Automovilistas se paraban para ayudar a los heridos. Se hizo un caos en fracción de segundos, recuerda.

 

Su esposa no aguantó más y se puso a llorar.

 

Don José Antonio le dijo: ¡Vente, vamos a la casa! Planeó dejar a su esposa en la casa y traer agua para los heridos. Al llegar a su hogar, vio a tres desconocidos en el patio, adoloridos y quejumbrosos, quienes seguramente entraron al ver la puerta abierta. Son migrantes, pensó, relacionándolos con el accidente.

 

—Y ustedes, ¿qué hacen aquí? —los reprendió.

 

—Jefe, ayúdenos, por favor —suplicó uno de ellos.

 

 

—No puedo. Los puedo ayudar llevándolos a la ambulancia. No quiero meterme en problemas. 

 

De pronto, escuchó ruidos y solo entonces cayó en la cuenta de que habían 12 más, amontonados en su baño.

 

Se armó de valor y tuvo que hablarles más fuerte.

 

—¡Se van de mi casa, por favor! —les advirtió.

 

—¡Jefecito, échenos la mano, por favor! —imploró uno de ellos al tiempo en que se ponía de rodillas en el patio.

 

Aunque lo habían conmovido, endureció su corazón. ¡Váyanse de aquí, por favor! 

 

Los encaminó a la salida de su casa. Algunos se fueron a los domicilios vecinos de donde también los corrieron para evitar problemas con la autoridad. Otros se ocultaron en un ligero barranco con árboles, al final de la privada, de donde salieron más tarde porque no aguantaron los dolores de cuerpo, regresándose al lugar del accidente para subirse a una ambulancia.

 

Otros migrantes subieron la cuesta, hacia el parque de la colonia El Refugio, para reunirse con sus compañeros que huyeron despavoridos. De ellos nada de sabe. 

 

--*--*--

 

Este martes, cinco días después de la tragedia, donde murieron más de 50, un altavoz rompió el silencio de la colonia el Refugio:

 

—¡Atención, atención!... Este es un servicio social. Se busca a Richard Levi Ordóñez Guarcas. Su mamá y su abuelo, vinieron de Guatemala, lo buscan en este aparato de sonido.

 

Doña Nicolasa y su padre, de 64 años, viajaron más de 20 horas, de Guatemala a Chiapas, México, en busca de Richard Levi, de 17 años, quien iba en el tráiler, asegura. 

 

NOTA: Doña Nicolasa lo ha buscado en hospitales y en las oficinas migración sin que tenga noticias de él. Más tarde se supo, la señora recibió el cuerpo de su hijo; había muerto en el accidente.

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