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miércoles, 2 de marzo de 2022

Así lo vivió un paramédico




Rafael Espinosa / Con el ulular de la sirena, la unidad de rescate urbano se abrió paso entre la larga fila de vehículos varados y en un retorno cercano al accidente entró en sentido contrario para llegar más pronto al auxilio. 


Minutos antes, el reporte al 911 había saturado las líneas de emergencia. 


Al no haber ambulancia disponible en la Cruz Roja, Carlos, en compañía de un joven socorrista, tomó la unidad de rescate urbano conmovido por las voces insistentes que hacían el reporte desesperado.


En el camino se imaginaba de mil maneras la magnitud del accidente, incluso la forma en que debía atender a los pacientes con la experiencia de sus 16 años de servicio como paramédico.


—Esto ya valió… —se dijo al estacionarse frente a la tragedia, en el tramo Chiapa de Corzo—Tuxtla Gutiérrez, a unos metros del río Grijalva.


Había un tráiler volcado debajo de un puente peatonal. Mucha gente alborotada por todos lados y muchos vehículos varados. No eran peregrinos, como decían en el reporte; eran migrantes, se supo después. Se bajó de la unidad, seguido por su compañero, y empezó a caminar con ligereza y atento en el área.


Aquello era algo que no había visto en su vida; cuerpos mutilados, sin una pierna o sin un brazo, cabezas aplastadas y sobrevivientes que se quejaban bajo bultos de gente muerta. 


Con la unidad de rescate urbano no se podía hacer mucho. 


Ya había una ambulancia de la Cruz Roja de Chiapa de Corzo, cuyos paramédicos, jóvenes, se veían afectados por la magnitud de la tragedia y porque la gente estaba desesperada de que atendieran a todos los lesionados al mismo tiempo.


—Bájate las lonas —le dijo Carlos a su compañero mientras llegaban más ambulancias.


Eran tres lonas que Carlos y su compañero tendieron sobre el pavimento para realizar el triaje (selección de pacientes, de acuerdo a su gravedad). Como la gente quería ayudar, a pesar de que le dijeran que no, finalmente Carlos les dijo: 


—En la verde pónganme a los que puedan hablar y tengan solo golpes corporales; en la amarilla traigan a los que tienen fractura de brazo o pierna; y en la roja a los que no hablen y estén agonizando.


El accidente rebasó la capacidad local de atención, de tal manera que asistieron unidades de Ocozocoautla, Jiquipilas, Cintalapa, San Cristóbal, entre otros municipios, cuyas ambulancias tardaron en llegar por la distancia de donde procedían y el tráfico para llegar al área de la tragedia.


Otra de las dificultades fue que en una ambulancia solo pueden trasladar a dos pacientes; uno grave y otro crítico, pero estable, ante los más de 100 migrantes accidentados que había.


Conforme pasaron las horas, llegaron grupos de paramédicos voluntarios y enfermeras de hospitales públicos, a canalizar a los pacientes mientras llegaba una y otra ambulancia, de tal manera que hubo momentos en que nada se podía hacer. Fue cuando la gente más se desesperaba.


—Pero de pronto, se hizo el caos —recuerda Carlos.


La gente lo jalaba para todos lados cuando hacía el triaje con su compañero.


—¡Joven, allá hay uno grave, vaya atenderlo! —le decía uno. ¡Joven allá está otro agonizando!, le decía alguien más. 


Se hizo un desorden de modo que cuando los paramédicos iban a la lona roja para traer a un paciente grave, la gente ya había subido a la ambulancia dos o tres heridos. Querían ayudar, pero en realidad atrasaban el trabajo, el protocolo de atención.


Fue entonces cuando Carlos se subió a la unidad de rescate urbano y habló en altavoz:


—¡Por favor… dejen hacer su trabajo a la gente que sabe de atención a emergencias! Repito: ¡Dejen hacer su trabajo a los paramédicos!


Así fue que la atención al accidente “recobró el orden”, recuerda Carlos, a un mes de la tragedia que dejó un saldo de 57 muertos y más de 100 migrantes heridos.


A pesar de todo, dice, ninguno de los lesionados murió en el lugar del accidente.


Como paramédico, Carlos está preparado para situaciones adversas, pero esto estaba más allá de lo que había visto en su vida. Aunque la tragedia lo conmovió, siempre se mantuvo estoico para transmitir valentía a su compañero quien asistió a terapia sicológica, junto a otros que estuvieron en el lugar, para superar aquellas imágenes de terror.


Así lo contó Carlos Mario Gallegos, de 31 años, quien un día es mecánico automotriz y otro se dedica a salvar vidas como paramédico de la Cruz Roja.

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