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sábado, 25 de febrero de 2012

El supuesto ladrón de la azotea



Por Rafael Espinosa:
El presunto ladrón caminaba intranquilo sobre la azotea buscando dónde bajar, mientras que el “hervidero” de gente lo esperaba abajo lanzándole improperios para que se entregara.
Algunos habitantes de “Chiapas Solidario” se habían reunido al escuchar el grito de auxilio de don Sebastián Pérez que interrumpió el silencio de la madrugada; luego —a los cuatro vientos— la bocina de la colonia alertó a los demás vecinos de la presencia de un desconocido en el techo de una casa y los convocó a una reunión urgente.
El supuesto delincuente, quien se identificó después con el nombre de Marcos Guadalupe de la Cruz Bermúdez, de 18 años, intentó escurrirse en un árbol alto de la casa trasera, siendo interceptado por otro colono. Volvió a treparse y se desplazó hacia el otro extremo de la losa sin animarse a brincar los ocho metros, en el patio contiguo de otra vivienda.
La casa de don Sebastián, de unos 10 metros de ancho y 20 de largo, está en una esquina, en desnivel, de modo que el techo de la escuadra formada por la Avenida Higo y Calle Durazno está un poco bajo. Tres cuartas partes del inmueble tiene losa y sobre está existe un espacio abierto que dejó para una posible escalera.
Marcos intentó bajar por ahí y sólo consiguió romper el cristal de una taquera abandonada; subió otra vez debido a que otros lo cazaban por este lado. Cuando don Sebastián subió a su azotea por el patio de su casa, tres vecinos ya estaban arriba tratando de calmar al malandrín quien tenía un tubo en su mano para defenderse.
Por las buenas lo convencieron para que se entregara y dejó el tubo por un lado. Lo amarraron de los pies y de las manos para lanzarlo hacia un “suave” montón de arena de río, en la parte más baja del techo de lado de la calle, por donde se había trepado.
Para ese entonces, Rubisel Aguilar, presidente de la colonia, ya había pedido por teléfono una patrulla cuyos agentes pusieron al detenido a disposición de la autoridad competente. Don Sebastián asistió esa madrugada a las oficinas para darle continuidad a la denuncia.
En su domicilio, donde también tiene acomodado un changarro de abarrotes, don Sebastián Pérez recordó que ese día apenas cerraba los ojos para dormir, cuando escuchó —proveniente de su losa— el ruido estridente de unos tubos metálicos.
Salió a la calle, a la defensiva. Se le hizo raro que hallara una mochila abandonada fuera de su casa, incluso, a través de la ventana, le informó del hallazgo a su esposa. Subió la pendiente de la calle hundiendo sus pies en el polvo de caliche. Se ubicó en un sitio estable y clavó su mirada en la oscuridad hacia la azotea; nada extraño había.
De pronto, el presunto ladrón saltó hacia un desnivel de la misma azotea, ocultándose detrás de la ropa colgada del tendedero. “En ese momento comencé a pedir auxilio”, relató, al tiempo de explicar cómo corría el afligido muchacho sobre la azotea.
Cuando fue detenido, Marcos decía que se había equivocado de casa. Algunos de la turba le preguntaron si su casa era igual a la de don Sebastián y contestó que no. “Entonces ¿qué haces aquí?”, le dijeron. “Se quedaba callado”, narró don Sebastián.
Haciendo una revisión a su inmueble, don Sebastián se percató que Marcos tenía preparado para llevarse un cilindro de gas doméstico y un ventilador, los cuales habían sido sacados de una habitación sin ventana hacia el traspatio bardado.
Se enteró también que Marcos había apartado en un rincón de la azotea, la ropa íntima de su familia que estaba colgada en el tendedero. A través de los vecinos se informó que extrañamente dentro de la mochila había una blusa, un sostén y un par de zapatillas. Asimismo supo que Marcos tiene su domicilio, en la colonia contigua.
Al día siguiente del escándalo, los padres de Marcos llegaron a casa de don Sebastián para suplicarle que le otorgara el perdón a su hijo. Don Sebastián contó que los señores son grandes de edad y, a juzgar por su apariencia, de escasos recursos económicos. Fue tanto el sentimiento de la madre del muchacho que hasta lloró, por eso asentí pero con una sentencia, advirtió.

—¡Sí, pero ya no quiero verlo por aquí! —soltó con inflexión en la voz.

Fue ante el Ministerio Público y firmó un documento, recordó. Hasta ahora desconoce si Marcos está en el “bote” o goza de su libertad.

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