Rafael
Espinosa | Día Uno | En el preámbulo de su muerte, Pioquinto, con la sábana
hasta el cuello, sudó frío y su agitada respiración acabó con un suspiro
prolongado.
Aquella
madrugada de junio, en su desesperación de la muerte, había despertado como un
ciego jalándole el vestido a su esposa que lo cuidaba a su lado.
Apenas
alcanzó a dar la bendición a su hijo y a su esposa, luego soltó su cuerpo para
siempre. Tenía las piernas y el brazo izquierdo rotos desde hacía siete meses
cuando un taxista lo atropelló en una de las calles de Tuxtla Gutiérrez.
―Ya
se fue tu papá, hijo ―le dijo Natividad a su hijo Virgilio con un llanto
reprimido que llenó de tristeza la pequeña casa de tejavana.
Siete
meses antes, la madrugada del 30 de noviembre, Pioquinto, aquel hombre potente
de 75 años, bajó del colectivo y al cruzar el bulevar del Parque 5 de Mayo de
la capital, un taxista veloz lo arrolló varios metros.
Trabajaba
de bolear zapatos mientras que su esposa vendía tamales, arroz con leche y
chicles, en las puertas de una oficina de gobierno, frente al parque donde fue
atropellado.
Ese
día, se había levantado con muchas ganas de trabajar, de modo que se adelantó
con algunas cosas de la venta, por eso cuando su esposa llegó nadie de sus
clientes asiduos se atrevía a contarle la mala noticia.
―A
su esposo lo atropellaron ―le dijo al fin alguien a Natividad de 82 años.
Su
hijo Virgilio, habitante de la periferia de la ciudad y de oficio albañil,
tomaba café en su casa, dispuesto a irse a trabajar, cuando su hermana se paró
afligida en la puerta.
―¡Atropellaron
a papá! ―le dijo Chusi, su hermana, quien vive a unas cuadras de ahí.
Virgilio
corrió hacia al hospital “Gilberto Gómez Maza” a una velocidad, dice, que no
sentía el piso, ni siquiera sintió el kilómetro de distancia.
Durante
el tiempo que estuvo internado, las enfermeras reportaron que Pioquinto hacía
rabietas cuando le curaban, posiblemente por su edad o por el dolor de sus
heridas. Pedía que lo llevaran a su casa.
Después
de varias operaciones le dieron de alta 27 días después, con la recomendación
médica de que lo regresaran periódicamente para curarle las heridas.
Para
las citas médicas, Pioquinto sufría demasiado porque tenía que doblarse para
ingresar al taxi, por eso le consiguieron una pick up que resultó peor porque
la silla de ruedas no dejaba de menearse durante el viaje en la góndola.
En
esos días, su carácter empeoró. Fue entonces cuando lanzó aquella sentencia que
habría de cumplirse más tarde.
―De
esta casa sólo muerto volveré a salir ―dijo adolorido y enfadado.
Para
evitar este calvario, Natividad y Virgilio decidieron regresarlo al hospital,
no obstante, no había cama disponible. Optaron por curarlo ellos mismos, porque
tampoco tuvieron dinero para pagar una enfermera.
El
28 de junio de 2019 falleció en su lecho. Su cuerpo fue enterrado en la tierra
que nació, en el municipio La Concordia, a unas horas de la capital, a petición
de Pioquinto.
―Me
quiebras todos los huesos, me metes en una bolsa y me llevas para allá ―le
habría dicho a Natividad, en una de tantas pláticas nocturnas que tuvieron
antes de dormir, cuando todavía hablaba.
Durante
este tiempo, Virgilio, uno de los cuatro hermanos, abandonó su trabajo por
ayudar a su madre a cambiarle los pañales a Pioquinto.
En
el hogar de Virgilio, su esposa, empleada doméstica, estuvo a cargo de los
gastos del hogar y del cuidado de sus hijos. Incluso, hasta la fecha, porque
Virgilio acompaña a su madre viuda a vender en el mismo sitio donde ella ha
vendido más de 30 años.
―Tengo
que cuidar a mi madre ―responde a veces Virgilio cuando su esposa siente que ya
no puede con la situación.
A
Natividad le han dicho que ya no salga, sin embargo, la mujer de 82 años se
niega a encerrarse. Dice que su venta le sirve de distracción en cambio
quedarse en casa moriría de tristeza. Además, dice, hay una deuda de más de 50
mil pesos cuyos intereses la están comiendo viva.
Virgilio
vive en casa de su mamá. A veces se desespera y sólo entonces se pregunta quién
cuidará de ella.
Nota:
El
taxi que atropelló a Pioquinto es del Grupo Colosio, número económico 4217 y
placas DNX-82-1A.
Cámaras
de la policía grabaron la escena, sin embargo, nunca hubo justicia a pesar de
que siempre estuvo al tanto del caso.
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