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lunes, 2 de septiembre de 2019

Murió Pioquinto y el taxista sigue libre



Rafael Espinosa | Día Uno | En el preámbulo de su muerte, Pioquinto, con la sábana hasta el cuello, sudó frío y su agitada respiración acabó con un suspiro prolongado.

Aquella madrugada de junio, en su desesperación de la muerte, había despertado como un ciego jalándole el vestido a su esposa que lo cuidaba a su lado.

Apenas alcanzó a dar la bendición a su hijo y a su esposa, luego soltó su cuerpo para siempre. Tenía las piernas y el brazo izquierdo rotos desde hacía siete meses cuando un taxista lo atropelló en una de las calles de Tuxtla Gutiérrez.

―Ya se fue tu papá, hijo ―le dijo Natividad a su hijo Virgilio con un llanto reprimido que llenó de tristeza la pequeña casa de tejavana.

Siete meses antes, la madrugada del 30 de noviembre, Pioquinto, aquel hombre potente de 75 años, bajó del colectivo y al cruzar el bulevar del Parque 5 de Mayo de la capital, un taxista veloz lo arrolló varios metros.

Trabajaba de bolear zapatos mientras que su esposa vendía tamales, arroz con leche y chicles, en las puertas de una oficina de gobierno, frente al parque donde fue atropellado.

Ese día, se había levantado con muchas ganas de trabajar, de modo que se adelantó con algunas cosas de la venta, por eso cuando su esposa llegó nadie de sus clientes asiduos se atrevía a contarle la mala noticia.

―A su esposo lo atropellaron ―le dijo al fin alguien a Natividad de 82 años.

Su hijo Virgilio, habitante de la periferia de la ciudad y de oficio albañil, tomaba café en su casa, dispuesto a irse a trabajar, cuando su hermana se paró afligida en la puerta.

―¡Atropellaron a papá! ―le dijo Chusi, su hermana, quien vive a unas cuadras de ahí.

Virgilio corrió hacia al hospital “Gilberto Gómez Maza” a una velocidad, dice, que no sentía el piso, ni siquiera sintió el kilómetro de distancia.

Durante el tiempo que estuvo internado, las enfermeras reportaron que Pioquinto hacía rabietas cuando le curaban, posiblemente por su edad o por el dolor de sus heridas. Pedía que lo llevaran a su casa.

Después de varias operaciones le dieron de alta 27 días después, con la recomendación médica de que lo regresaran periódicamente para curarle las heridas.

Para las citas médicas, Pioquinto sufría demasiado porque tenía que doblarse para ingresar al taxi, por eso le consiguieron una pick up que resultó peor porque la silla de ruedas no dejaba de menearse durante el viaje en la góndola.

En esos días, su carácter empeoró. Fue entonces cuando lanzó aquella sentencia que habría de cumplirse más tarde.

―De esta casa sólo muerto volveré a salir ―dijo adolorido y enfadado.

Para evitar este calvario, Natividad y Virgilio decidieron regresarlo al hospital, no obstante, no había cama disponible. Optaron por curarlo ellos mismos, porque tampoco tuvieron dinero para pagar una enfermera.

El 28 de junio de 2019 falleció en su lecho. Su cuerpo fue enterrado en la tierra que nació, en el municipio La Concordia, a unas horas de la capital, a petición de Pioquinto.

―Me quiebras todos los huesos, me metes en una bolsa y me llevas para allá ―le habría dicho a Natividad, en una de tantas pláticas nocturnas que tuvieron antes de dormir, cuando todavía hablaba.

Durante este tiempo, Virgilio, uno de los cuatro hermanos, abandonó su trabajo por ayudar a su madre a cambiarle los pañales a Pioquinto.

En el hogar de Virgilio, su esposa, empleada doméstica, estuvo a cargo de los gastos del hogar y del cuidado de sus hijos. Incluso, hasta la fecha, porque Virgilio acompaña a su madre viuda a vender en el mismo sitio donde ella ha vendido más de 30 años.

―Tengo que cuidar a mi madre ―responde a veces Virgilio cuando su esposa siente que ya no puede con la situación.

A Natividad le han dicho que ya no salga, sin embargo, la mujer de 82 años se niega a encerrarse. Dice que su venta le sirve de distracción en cambio quedarse en casa moriría de tristeza. Además, dice, hay una deuda de más de 50 mil pesos cuyos intereses la están comiendo viva.

Virgilio vive en casa de su mamá. A veces se desespera y sólo entonces se pregunta quién cuidará de ella.

Nota:
El taxi que atropelló a Pioquinto es del Grupo Colosio, número económico 4217 y placas DNX-82-1A.
Cámaras de la policía grabaron la escena, sin embargo, nunca hubo justicia a pesar de que siempre estuvo al tanto del caso.

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