Rafael
Espinosa | Día Uno | Como muchos chavos de su edad, Luis Alberto estudia y
trabaja. Por las mañanas cursa la licenciatura en Ingeniería Civil y por las
tardes se emplea en la pequeña vulcanizadora de su padre.
Comenzó
ayudándole desde que tenía once años. Al principio le disgustaba el oficio,
veía cómo su padre sudaba al aflojar los birlos, levantar el automóvil y
desmontar la llanta.
Como
cualquier niño de su edad, observaba con cierto aburrimiento el oficio, sin
embargo, su padre le ordenaba que no se despegara de él para que aprendiera
viendo y estuviera atento por si le pedía alguna herramienta.
A
veces llegaba al taller a regañadientes, su padre le aconsejaba que en la vida
hay que aprender un trabajo por si se abandona la escuela.
―Algún
día me vas a entender, hijo ―le decía.
Su
tono no era tan dulce como parece, no obstante, Luis Alberto se aguantaba y al
rato se le pasaba.
Hoy,
a sus 20 años, realiza con habilidad lo que su padre le enseñó. En los ratos
libres hace su tarea escolar en el taller. En este periodo de vacaciones, se
ocupa todo el día, ahorra para la colegiatura del quinto semestre próximo.
Su
promedio en la universidad es de 8.9, juega futbol y le gusta reparar
neumáticos.
Su
padre, con educación primaria, se siente orgulloso de él.
Nota:
El taller se ubica en la prolongación de la 5a Poniente, a unos 50 metros del
Libramiento Norte, en Tuxtla Gutiérrez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario