Rafael Espinosa / Doña Mara se gana la
vida en el campo. Se levanta desde muy temprano, atiende a su padre que sufre
parálisis facial y a su madre que recientemente se quebró una pierna. Alista a
su niña para llevarla al jardín de niños y luego sale con su machete afilado en
busca de parceleros que necesitan de su trabajo.
Vive en el ejido San Miguel, municipio
de Berriozábal, a unos 20 minutos de la capital chiapaneca. Doña Mara cuenta
que forma parte de una familia de 13 hermanos. Desde niña su padre le enseñó a
cortar leña, arar la tierra y rozar la maleza de la milpa.
A sus 33 años, ha tenido distintos
empleos pero el que más le gusta es limpiar solares. En sus días libres, sube a
la montaña a cortar leña, siembra maíz o frijol, para autoconsumo y otro poco
para vender.
-Me encanta el campo -dice mientras
corta la maleza de un predio.
Bajo el sol mortificante de este
lunes, doña Mara Citlaly cuenta que cuando tenía nueve años su padre llegó a
tener más de 350 borregos que cuidaba con sus hermanos. Puede ser que desde ahí
comenzó a gustarme el campo, reflexiona.
En una tarea que comprende cegar un
espacio de 100 metros cuadrados, ella gana 150 pesos, en un horario que ha
establecido de ocho de la mañana a una de la tarde. A veces realiza dos tareas,
pero queda muy ajetreada. Además, no puede quedarse más tiempo en las parcelas,
porque tiene que ir por su hija al jardín de niños y atender a sus padres por
la tarde.
Doña Mara tiene tres hijos; una de 17
años que ya se juntó, otro que aún estudia y la más pequeña que tiene en su
poder. Dice que con su primer esposo no se entendieron y con el segundo
tampoco; ahora es madre soltera. Por eso ha decidido trabajar para que "a
sus hijos no les falte nada".
-Creo que los fracasos me han ayudado
a salir adelante -dice con una sonrisa.
Doña Mara se detenía en pausas
alargadas y se secaba el sudor con el brazo. Cortaba la maleza a ras de suelo
con habilidad extraordinaria, incluso para asombro de los hombres que pasaban
por ahí.
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