Rafael Espinosa / Quizá haya usted
visto caminar por el zócalo capitalino a don Agustín Duvalier. Don Agustín es
hijo del destacado poeta, escritor y periodista chiapaneco, Armando Duvalier.
Es un insaciable lector de periódicos impregnado de sabiduría política. Tiene
una asombrosa lucidez rayana a la locura en el término concreto de la
intensidad del conocimiento. Sin embargo, en ocasiones, su acervo cultural
sufre por la amenaza constante del olvido. A sus 70 años, don Agustín ha sido
periodista y funcionario público en áreas relacionadas con la Comunicación
Social. Sin presunción cuenta que es sobrino de la brillante escritora Elena
Poniatovska y de la exdiputada y exsenadora, Arely Madrid, e hijo putativo de
la escritora chiapaneca, Rosario Castellanos, quien le dedicó el poema
"Lamentaciones de Dido". Estudió periodismo en la "Escuela de
Periodismo Carlos Septién" y en sus años de gloria fue reportero de varios
estaciones de radio y de prensa. Nació en Tuxtla Gutiérrez, no obstante, a la
edad de 20 años partió a la Ciudad de México donde trabajó con Jacobo
Zabludovski, entre otros comunicadores de esa talla, cuando era Presidente de
la República, Gustavo Díaz Ordaz. Su pasión por el periodismo, dice, fue un
legado paternal, sin temor a decir también que es simpatizante del priísmo
desde hace más de 50 años. Tenía 15 años de edad cuando se empleó como
corrector de pruebas de linotipo en El Heraldo. Después de unos años, regresó a
Tuxtla Gutiérrez. En el círculo político se considera amigo del expresidente de
México, Luis Echeverría, del exgobernador Juan Sabines Gutiérrez y el otrora
alcalde de la capital, Enoch Araujo. Es el de en medio de tres hermanos, el
mayor ya falleció y el menor es sexólogo, investigador de la UNAM con cuatro
Maestrías en Ciencias Penales. Recuerda sin amargura que se entregó tanto en
las oficinas públicas y al periodismo que no le dedicó tiempo al amor. Cuando
era joven terminó la única relación seria después de un año. En sus ratos de
soledad, camina por las calles de la capital, lee en su casa temas relacionados
con la ciencia y el humanismo, visita cafeterías y sobrevive con el tic
neurológico de lamerse la palma de la mano derecha y acomodarse los bigotes con
el dorso de la izquierda. Es bebedor social, no ha fumado en su vida y le despreocupa
el mañana. A pesar de que tuvo las posibilidades de comprarse un coche, nunca
lo tuvo y mucho menos sabe manejar, dice el septuagenario de un metro sesenta
de estatura.
Con sus 60 kilos, trilla la plazoleta
del Parque Central todos los días. Es conocido por su guayabera en cuyas bolsas
siempre anda retazos de papel con apuntes de toda índole y un par de bolígrafos
con los que escribe con evidente intranquilidad.
Entre la nostalgia de la ciudad, se
desplaza a pasos cortos pero ligeros, con gafas de montura negra, bigote blanco
y una incipiente calvicie. A veces lleva en la mano una bolsa de nylon con
recortes de periódicos, un reloj de plástico negro en la muñeca izquierda y una
sortija en el anular de la derecha.
Por las mañanas hace sus quehaceres
domésticos, trabaja de asesor de prensa para el Gobierno del Estado, lee
periódicos en las oficinas de Comunicación Social y luego inicia su rutina de
caminante de insufrible soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario