Rafael Espinosa /
Con la mirada amable y la sonrisa firme, el alcalde se despidió de sus últimas
horas de poder. Se plantó frente a palacio y sólo entonces cayó en la cuenta de
que durante sus 115 días de gobierno temporal, no había tenido tiempo suficiente
para contemplar sin prisa los balcones y los pilares del edificio. Le dio tanto
gusto la dicha de sus ojos que esbozó una sonrisa franca, como si nadie lo
estuviera viendo. Y se fue caminando, sin guardias y sin chofer, perdiéndose
entre los peatones afligidos de la plazoleta, donde las palomas levantaron el
vuelo a su paso. Minutos antes, había caminado como un lobo solitario entre los
recovecos penumbrosos de la presidencia, impotente por lo que faltó por hacer
en una administración rediviva. Abrió con serenidad la puerta de su despacho y
con un suspiro prolongado recordó sus ajetreos cotidianos como autoridad
municipal. Recogió sus bártulos, miró con tristeza los ventanales y la
fotografía de su familia sobre el escritorio. Atravesó umbrales de madera barnizada.
Acosado por la soledad, se acercó a la Sala de Cabildo e instaló con nervios su
retrato en el muro de expresidentes municipales. Observó con añoranza los 14
asientos vacíos de los regidores en aquel espacio desenfadado y sin más,
continuó por los pasillos con aire serio, pasando frente a los cuadros de
Suasnávar y saludando con cortesía helada a los trabajadores de la guardia del
domingo.
—¡Hasta pronto,
presidente! —le decían con afecto.
La frase parecía
hacerle ruido mientras bajaba por las escaleras, pues asentía con la cabeza de
buen modo. Es posible que dentro de tres años regrese a reafirmar el principio
de orden que estableció durante su corto periodo de gobierno.
—¿Ahora qué sigue,
presidente? —le preguntó alguien.
—Trabajar en mis
empresas —contestó de buena gana Carlos Molano, de 48 años.
Desde los balcones
del patio de palacio, los trabajadores observaban impertérritos al alcalde
número 63 de Tuxtla Gutiérrez, que caminaba con dignidad encumbrada.
Finalmente, se
detuvo a medio patio y observó a los trabajadores a quienes, con un ceremonioso
movimiento de mano, les dijo adiós a todos, aunque su corazón les estaba
diciendo, hasta pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario