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jueves, 8 de noviembre de 2018

Hasta pronto, presidente



Rafael Espinosa / Con la mirada amable y la sonrisa firme, el alcalde se despidió de sus últimas horas de poder. Se plantó frente a palacio y sólo entonces cayó en la cuenta de que durante sus 115 días de gobierno temporal, no había tenido tiempo suficiente para contemplar sin prisa los balcones y los pilares del edificio. Le dio tanto gusto la dicha de sus ojos que esbozó una sonrisa franca, como si nadie lo estuviera viendo. Y se fue caminando, sin guardias y sin chofer, perdiéndose entre los peatones afligidos de la plazoleta, donde las palomas levantaron el vuelo a su paso. Minutos antes, había caminado como un lobo solitario entre los recovecos penumbrosos de la presidencia, impotente por lo que faltó por hacer en una administración rediviva. Abrió con serenidad la puerta de su despacho y con un suspiro prolongado recordó sus ajetreos cotidianos como autoridad municipal. Recogió sus bártulos, miró con tristeza los ventanales y la fotografía de su familia sobre el escritorio. Atravesó umbrales de madera barnizada. Acosado por la soledad, se acercó a la Sala de Cabildo e instaló con nervios su retrato en el muro de expresidentes municipales. Observó con añoranza los 14 asientos vacíos de los regidores en aquel espacio desenfadado y sin más, continuó por los pasillos con aire serio, pasando frente a los cuadros de Suasnávar y saludando con cortesía helada a los trabajadores de la guardia del domingo.

—¡Hasta pronto, presidente! —le decían con afecto.

La frase parecía hacerle ruido mientras bajaba por las escaleras, pues asentía con la cabeza de buen modo. Es posible que dentro de tres años regrese a reafirmar el principio de orden que estableció durante su corto periodo de gobierno.

—¿Ahora qué sigue, presidente? —le preguntó alguien.

—Trabajar en mis empresas —contestó de buena gana Carlos Molano, de 48 años.

Desde los balcones del patio de palacio, los trabajadores observaban impertérritos al alcalde número 63 de Tuxtla Gutiérrez, que caminaba con dignidad encumbrada.

Finalmente, se detuvo a medio patio y observó a los trabajadores a quienes, con un ceremonioso movimiento de mano, les dijo adiós a todos, aunque su corazón les estaba diciendo, hasta pronto.

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