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jueves, 8 de noviembre de 2018

Los momentos más felices de mi vida





Rafael Espinosa / En las vísperas de la tragedia, Joel e Iris habían planeado ir a la iglesia donde, como cada domingo, le pedían a Dios continuar con la dicha que los acompañaba desde el día en que se conocieron. Después comerían en familia con sus dos niños en algún restaurante de la ciudad y terminarían el ocaso del día con un paseo en el parque. Corría el mes de septiembre, de tal modo que el 15 también tenían programado una noche mexicana en la casa de la madre de ella, con una cena modesta en la mesa que llenarían con platillos y botanas en la medida de sus posibilidades. Sin embargo, la noche del sábado 8 de septiembre, los planes se desplomaron para siempre; Joel recibió un balazo en la cabeza. Esa noche, Iris lo esperaba en su hogar donde vivieron juntos los últimos días de dicha, en el complejo inmobiliario Ciudad Maya, Berriozábal, a media hora de Tuxtla Gutiérrez.

Joel salió de casa rumbo a los bares del bulevar principal de la capital chiapaneca, donde en ocasiones ganaba por acomodar los autos de los parroquianos y algunas veces como mesero. A pesar del ambiente en que se desempeñaba, no bebía ni fumaba, en cambio había entregado su vida a Dios desde que tenía 16 años. Al día siguiente, Joel tocaría la guitarra, el piano o quizá cantaría alguna alabanza en la iglesia. Luego platicaría con sus hermanos feligreses y saldría de la mano con su familia y con el corazón jubiloso por la puerta grande del inmueble. De pronto, como de ordinario, Iris le plantaría un beso corto pero intenso a lo que él le correspondería de muy buena gana con una sonrisa de felicidad.

La madre de Joel recibió la noticia por teléfono. ¿Es usted la madre de Joel? Era la voz de un hombre. Sí, dígame. Su hijo sufrió un accidente. Pero, dígame, reiteró, ¿está bien? No, señora, su hijo está muerto. Tomó la noticia con extraña incredulidad que salió de su casa, sin llanto y con el semblante inexpresivo, pero de prisa. Una vecina le preguntó: ¿A dónde va usted tan de prisa y a estas horas? Ahorita regreso, dicen que mi hijo está muerto, contestó en su tropel. Sin embargo, conforme pasaron los días, le fue asentando la noticia, de manera que no ha dejado de llorar y a veces siente un nudo en la garganta que parece extrangularla.

Cuando la madre de Iris llevó la noticia era casi la media noche. ¡Llévate una mudada de Joel y su acta de nacimiento!, le instruyó llorando en la puerta. ¡Para qué?, dijo Iris espantada. Y lleva ropa negra para ti, porque vamos a tardar. Dime, mamá, ¿qué pasó?, añadió Iris. A Joel le dieron un balazo. Pero, ¿está bien?, repuso intrigada. ¡Está muerto!, dijo su madre, tratando de reprimir el llanto.

Iris había recibido una llamada de su suegra preguntándole si alguien le había marcado a su teléfono. No, dijo Iris, extrañada, ¿por qué? Por nada, te llamo en cinco minutos. Iris no quiso marcarle a Joel para no alarmarlo en su trabajo, sin imaginarse que su esposo, a esa hora, estaba tendido en el piso de concreto. Más tarde, entendería que su suegra quería darle la noticia en persona.

Joel falleció de manera instantánea cerca de las 22:40, en el estacionamiento del bar Burlesque. Minutos antes se había comunicado con Iris a través de mensajes. “Perdóname mi amor por no estar al pendiente tuyo”, le escribió a Iris. Joel se sentía triste por la añoranza de sus dos hijos de su primer matrimonio, preocupado por la cercanía de la pensión familiar y los gastos de inscripciones escolares, ropa, zapatos y libros, que cumplía con regularidad. “Mi corazón se siente contristado”, le dijo en un mensaje. “No estés triste mi amor, confía en Dios, todo va a salir bien”, lo animaba Iris.

Hacía tres años que Joel se había separado de su primera pareja y dos de unión con Iris y los pequeños de ella. Ambos cicatrizaban sus heridas emocionales, de tal modo que sus corazones se fundían en una nueva relación propia de los enamorados.

El más pequeño de sus hijos, de seis años, con quien jugaba en el patio, a veces interrumpe su juego de carritos y se queda pensativo como si lo recordara, dice. Ella se acerca y lo abraza con cierto dolor en el alma.

En sus ratos libres, Iris se queda pensativa y aprovecha la soledad para dejar escapar unas lágrimas furtivas. Se conocieron en la vecindad de la colonia Kilómetro 3, cerca del domicilio de ella, sin que ninguno de los dos se imaginara que terminarían enamorados.

Los momentos más felices de mi vida, dice. “Vino a cumplir una misión, la de hacer feliz a mi familia, con su nobleza, su alegría y la de convertirme en cristiana”, sostiene. “Ahora está con Él”.

Iris tiene la esperanza de que la Fiscalía General del Estado no abandone el caso.

***

Joel falleció de un disparo que iba dirigido a otra persona, derivado de un pleito entre un par de vendedores de hamburguesas y unos clientes, en la vía pública. Ni siquiera se había dado cuenta de la trifulca, dicen, por eso, quizá, el balazo le penetró en medio de los ojos y la nariz.

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