Rafael Espinosa / En las vísperas de
la tragedia, Joel e Iris habían planeado ir a la iglesia donde, como cada
domingo, le pedían a Dios continuar con la dicha que los acompañaba desde el
día en que se conocieron. Después comerían en familia con sus dos niños en
algún restaurante de la ciudad y terminarían el ocaso del día con un paseo en
el parque. Corría el mes de septiembre, de tal modo que el 15 también tenían
programado una noche mexicana en la casa de la madre de ella, con una cena
modesta en la mesa que llenarían con platillos y botanas en la medida de sus
posibilidades. Sin embargo, la noche del sábado 8 de septiembre, los planes se
desplomaron para siempre; Joel recibió un balazo en la cabeza. Esa noche, Iris
lo esperaba en su hogar donde vivieron juntos los últimos días de dicha, en el
complejo inmobiliario Ciudad Maya, Berriozábal, a media hora de Tuxtla
Gutiérrez.
Joel salió de casa rumbo a los bares
del bulevar principal de la capital chiapaneca, donde en ocasiones ganaba por
acomodar los autos de los parroquianos y algunas veces como mesero. A pesar del
ambiente en que se desempeñaba, no bebía ni fumaba, en cambio había entregado
su vida a Dios desde que tenía 16 años. Al día siguiente, Joel tocaría la
guitarra, el piano o quizá cantaría alguna alabanza en la iglesia. Luego
platicaría con sus hermanos feligreses y saldría de la mano con su familia y
con el corazón jubiloso por la puerta grande del inmueble. De pronto, como de
ordinario, Iris le plantaría un beso corto pero intenso a lo que él le correspondería
de muy buena gana con una sonrisa de felicidad.
La madre de Joel recibió la noticia
por teléfono. ¿Es usted la madre de Joel? Era la voz de un hombre. Sí, dígame.
Su hijo sufrió un accidente. Pero, dígame, reiteró, ¿está bien? No, señora, su
hijo está muerto. Tomó la noticia con extraña incredulidad que salió de su
casa, sin llanto y con el semblante inexpresivo, pero de prisa. Una vecina le
preguntó: ¿A dónde va usted tan de prisa y a estas horas? Ahorita regreso,
dicen que mi hijo está muerto, contestó en su tropel. Sin embargo, conforme
pasaron los días, le fue asentando la noticia, de manera que no ha dejado de
llorar y a veces siente un nudo en la garganta que parece extrangularla.
Cuando la madre de Iris llevó la
noticia era casi la media noche. ¡Llévate una mudada de Joel y su acta de
nacimiento!, le instruyó llorando en la puerta. ¡Para qué?, dijo Iris
espantada. Y lleva ropa negra para ti, porque vamos a tardar. Dime, mamá, ¿qué
pasó?, añadió Iris. A Joel le dieron un balazo. Pero, ¿está bien?, repuso
intrigada. ¡Está muerto!, dijo su madre, tratando de reprimir el llanto.
Iris había recibido una llamada de su
suegra preguntándole si alguien le había marcado a su teléfono. No, dijo Iris,
extrañada, ¿por qué? Por nada, te llamo en cinco minutos. Iris no quiso
marcarle a Joel para no alarmarlo en su trabajo, sin imaginarse que su esposo,
a esa hora, estaba tendido en el piso de concreto. Más tarde, entendería que su
suegra quería darle la noticia en persona.
Joel falleció de manera instantánea
cerca de las 22:40, en el estacionamiento del bar Burlesque. Minutos antes se
había comunicado con Iris a través de mensajes. “Perdóname mi amor por no estar
al pendiente tuyo”, le escribió a Iris. Joel se sentía triste por la añoranza
de sus dos hijos de su primer matrimonio, preocupado por la cercanía de la
pensión familiar y los gastos de inscripciones escolares, ropa, zapatos y
libros, que cumplía con regularidad. “Mi corazón se siente contristado”, le
dijo en un mensaje. “No estés triste mi amor, confía en Dios, todo va a salir
bien”, lo animaba Iris.
Hacía tres años que Joel se había
separado de su primera pareja y dos de unión con Iris y los pequeños de ella.
Ambos cicatrizaban sus heridas emocionales, de tal modo que sus corazones se
fundían en una nueva relación propia de los enamorados.
El más pequeño de sus hijos, de seis
años, con quien jugaba en el patio, a veces interrumpe su juego de carritos y
se queda pensativo como si lo recordara, dice. Ella se acerca y lo abraza con
cierto dolor en el alma.
En sus ratos libres, Iris se queda
pensativa y aprovecha la soledad para dejar escapar unas lágrimas furtivas. Se
conocieron en la vecindad de la colonia Kilómetro 3, cerca del domicilio de
ella, sin que ninguno de los dos se imaginara que terminarían enamorados.
Los momentos más felices de mi vida,
dice. “Vino a cumplir una misión, la de hacer feliz a mi familia, con su
nobleza, su alegría y la de convertirme en cristiana”, sostiene. “Ahora está
con Él”.
Iris tiene la esperanza de que la Fiscalía
General del Estado no abandone el caso.
***
Joel falleció de un disparo que iba
dirigido a otra persona, derivado de un pleito entre un par de vendedores de
hamburguesas y unos clientes, en la vía pública. Ni siquiera se había dado
cuenta de la trifulca, dicen, por eso, quizá, el balazo le penetró en medio de
los ojos y la nariz.
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