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miércoles, 14 de diciembre de 2011

Obrero, "piernas de hierro"


Por Rafael Espinosa:
(Agosto 2010)
Al final de un largo pasillo, en la habitación 109 del Sanatorio Rojas, está hospitalizado Edmundo de León de León, el hombre de "las piernas de hierro", el mismo que estuvo prensado entre los engranes de una máquina durante 45 minutos, en una constructora de Tuxtla Gutiérrez.
Por regla general en el sanatorio existe silencio, se respira tranquilidad y se siente fresco, sólo algunas enfermeras se cruzan en el pasillo. En un balcón, al final del corredor del primer piso del edificio, está un amigo de Edmundo recostado en una banca con vista a una privada de piedra.
Al cuestionarlo, se sienta acomodándose los cabellos y rehúsa hablar de la salud de Edmundo, dice algo con cierta reserva, se nota en su rostro los desvelos por el tiempo vertido al estar pendiente de su amigo e indica que hable con su familia que está dentro de la recámara, a unos metros de ahí.
El reportero toca quedamente y luego gira el pomo de la puerta del cuarto 109, se asoma y se presenta oficialmente ante el hombre convaleciente y las cuatro personas que están a su alrededor; su esposa, dos amigos más y uno de sus hijos.
Autorizan el paso al periodista y comienza una charla alusiva al percance laboral, aunque al principio se desarrolla con un poco de desconfianza notoria en sus expresiones, pero después la plática fluye como un arroyo y se vuelve familiar.
Es una habitación del tamaño necesario para el paciente y unos cuantos familiares; con un televisor de pantalla plana empotrada a la pared y una banca con cojines forrados de plástico. Los parientes de Edmundo están sentados. La cortina de la ventana de cristal claro permite la entrada de la luz solar de la una y media de la tarde.
Por indicación médica, una lámpara móvil mantiene cálidas las piernas vendadas de Edmundo. Él tiene ocho hijos, pero aparentemente sólo están dos y el resto se quedó en Bochil, donde tiene su domicilio.
Edmundo, de oficio mecánico industrial, sostiene una conversación serena que asienta bien con el ambiente del edificio. A sus 57 años, cuenta que sus piernas inquebrantables han sufrido varios accidentes fatales, contando el que le ocurrió el pasado miércoles.
La primera vez fue hace 34 años, cuando en horas de trabajo cayó de las estructuras de un edificio en construcción. Hace tres décadas se precipitó en un barranco cuando manejaba un tractor. Una vez un amigo lo llevaría a su casa en una motocicleta, sin embargo, durante el trayecto, por azares del destino, se rebanó el talón. No recuerda bien de dos accidentes más que también son dignos de hacer mención sin ser tan específicos.
Actualmente trabaja en una planta de mezcla asfáltica llamada "ALZ", donde sufrió este último percance. Su patrón se hace cargo de los gastos médicos, incluso ofreció a su familia que se hospedara en un hotel, no obstante, su esposa y sus hijos se negaron. Están ahí, al borde de la cama, "para estar pendientes de él", intervino la esposa de Edmundo con un gesto de agradecimiento.
La entrevista se mantiene lineal, salvo cuando el cuarto se llenó de risas al cuestionar a Edmundo sobre el número de hijos en su familia.

"Tengo ocho", comenta.

"Son una familia grande", repone el comunicador.

"También somos una constructora", suelta con chanza, en alusión a la empresa donde se accidentó.

De pronto su expresión cambia con las punzadas de dolor en sus piernas. Su esposa se levanta de donde está sentada. Edmundo pide a su mujer una enfermera, aunque sin tanta urgencia, al tiempo en que se acomoda sobre la cama. Los demás quedan sentados, inevitablemente sin dejar de ver al paciente que se queja en momentos.
El día que ingresó al sanatorio, cinco médicos lo intervinieron e hicieron lo que la ciencia alcanza. Enmendaron venas, arterias, huesos y otras articulaciones, y le salvaron la pierna derecha que era la más grave.

"Es un milagro, una obra de Dios, tener mis piernas conmigo", dice y mira sus extremidades.

Al parecer los dolores se esfuman, pero vuelven esporádicamente.
Después de algunos espacios de silencio sin que nadie hilara la plática por los leves lamentos de Edmundo, el reportero se despide respetuosamente y cierra la puerta al salir. La señora queda atenta de su esposo y un poco preocupada por los dolores de su marido. El resto del grupo queda ahí.
Al pie de la habitación 109, sobre el pasillo, el periodista topa a otro de los hijos de Edmundo. Charlan escuetamente sobre el percance de trabajo de su padre.

"A Dios gracias, le salvaron las piernas", agradece el muchacho.

El reportero se despide y vuelve por donde vino.

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