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miércoles, 2 de mayo de 2018

Las huellas de Enrique Mahr Kanter






• El Capitán Piloto Aviador que surcó los cielos de Chiapas el siglo pasado.

Rafael Espinosa / En los años 50, las avionetas eran el medio más transitado en Chiapas. De ellas dependía prácticamente el motor de la economía estatal para el transporte de quintales de café, cacao, maíz, muebles, pasajeros, canales de res y hasta cerdos maniatados, recuerda el Capitán Piloto Aviador, Enrique Mahr Kanter, uno de los dos últimos pilotos que quedan de su generación.

Mahr Kanter, de 84 años de edad, cuenta que en esa época la gente también se movía a pie, montada a caballo, inclusive los nativos se alquilaban para transportar a niños y adultos mayores en sillas adaptadas a la espalda, en tanto que los arrieros transportaban mercancías, aunque de manera más tardada.

Don Enrique, quien nació en 1934, en el municipio de Tumbalá, Chiapas, relata que las pistas de aterrizaje eran parajes; amplios potreros donde tenían que arrear a las vacas para evitar accidentes; pues había muy pocos caminos carreteros y los coches se contaban con los dedos.

Hijo de Enrique Mahr Cristlieb, inmigrante alemán nacionalizado mexicano, y de Bertha Kanter Urrutia, de Tumbalá, hija de inmigrantes guatemaltecos; don Mahr Kanter narra que la selva de Yajalón era uno de los centros más importantes de la aviación de donde también surgieron pilotos muy destacados.

Cuando era pequeño sus padres se mudaron a Yajalón. Ahí, junto a sus compañeros de la escuela, iba al campo de aviación y corría tras las avionetas por el simple gusto de sentir del aire de los motores, sin saber que más tarde sería uno de los mejores pilotos de Chiapas.

Después de una vida de mudanza y estudiar en escuela de alemanes en San Cristóbal de Las Casas, en el ICACH de Tuxtla Gutiérrez y en el Instituto Modelo en Guatemala, el también escritor de libros de memorias personales y biografías de pilotos locales, se refugiaba en los ranchos en sus tiempos libres y contribuía en la construcción de corrales, caminos e iglesias de su pueblo.

Estudió Agronomía en el Instituto Tecnológico de Monterrey sin concluirla por cuestiones administrativas escolares, siendo influenciado en la aviación por sus tíos Jesús Ortega y Alberto Buere, dueños de Servicios Aéreos de Chiapas, una de las primeras empresas en la capital chiapaneca.

Inició como ayudante de mecánico, “lavapanzas” de avionetas y mandadero, hasta que le permitieron volar como copiloto con licencia de piloto estudiante, tramitada en la Aeronáutica Civil, aunque luego cursó en la Escuela Nacional de Aviación, en México, donde hizo su primer vuelo como parte del examen de piloto privado y después logró su licencia de piloto comercial al pilotear las avionetas Piper Cub J3 XB-HUS y Piper Cub J3 XB-HUG, respectivamente.

Al regresar a Chiapas, a la edad de 23 años, trabajó en una Voltee XB-JUD fleteando café, maíz, cacao, entre otras cosechas, y tras adquirir una Cessna 140 XB-HIO en sociedad con don Jorge Morales Samayoa, conformó una escuela de instrucción de vuelo, sin embargo, le suspendieron su licencia al morir el piloto Guillermo Messner en una colisión aérea.

Fue entonces cuando se dedicó a trabajar en el rancho que le había comprado a un tío, en Tumbalá, pues la ganadería es otra de sus grandes pasiones desde siempre, dice. Al poco le ofrecieron una Cessna 180 XB-TIW en facilidades de pago, no obstante, como su licencia estaba suspendida, le pidió a sus amigos que le trabajaran la nave a cambio de un porcentaje.

Después de algún tiempo, tras la liberación de su licencia, se reincorporó a la aviación aterrizando y despegando en centenares de pistas de Chicomuselo, Comalapa, Motozintla, Ocosingo, Yajalón, Comitán, Pichucalco, Ostuacán, la Selva Lacandona, Lacanjá, Bonampak, así como en las de Tabasco y Quintana Roo.

Una ocasión, rememora, lo convencieron de transportar un refrigerador a Ocosingo, de tal modo que tuvo que pilotear casi sentado sobre el aparato. Se sentía inseguro, dice, pero ya estaba en los cielos. Al aterrizar la nave rebotó y casi se fue de espaldas al no poder frenar, por lo que apagó el motor, se deslizó en un potrero, por fortuna descampado, hasta que se detuvo.

—Por un piche refrigerador me iba a matar —recuerda riéndose, al tiempo de revelar que sobrevolaba entre dos o tres horas diarias.

En esos años, cerraron el aeropuerto Mexicana de Aviación en Tuxtla Gutiérrez, donde actualmente se encuentran la VII Región Militar y la colonia Magisterial. Ahí, habían estado las empresas Transportes Aéreos de Chiapas, de don Francisco Sarabia; Transportes Aéreos Urquidi, de don Pepe Urquidi; y Servicios Aéreos de Chiapas, de sus tíos Jesús Ortega y Alberto Buere.

—La primera empresa formal que prestó servicio en Chiapas se llamaba Servicios Aéreos Hermanos Sarabia, cuya razón social después cambió a Transportes Aéreos de Chiapas, en el viejo aeropuerto El Aguacate, rumbo a La Lomita —revela don Enrique Mahr quien ocasionalmente vendía y compraba avionetas.

A lo largo de su vida, cuenta, se murieron varios compañeros en colisiones aéreas, como Alfonso Rodríguez, Gustavo Castellanos, Guillermo Messner, entre muchos más. Asimismo, otros han perecido a causa de alguna enfermedad.

Una de sus mejores épocas fue cuando lo contrataron por dos o tres meses para transportar a un especialista del Instituto de Antropología e Historia de la Ciudad de México. Vino a buscar algún tipo de piedra y/o piezas fósiles a la Selva de Chiapas, Campeche y Quintana Roo, Veracruz, Mérida y Tabasco, para el museo del Instituto.

Tras varias travesías más, a la edad de 51 años decidió retirarse de la aviación y se fue a vivir a su rancho Tulijá, en Tumbalá, que había comprado con su tío. A los 60 años se traslada a otro rancho de su propiedad denominado “El Recinto”, en el municipio de Ocozocoautla, donde ha vivido tranquilamente 24 años y en el que seguramente guardarán sus cenizas, dice.

Como buen piloto, don Enrique Mahr Kanter se casó sobrevolando a bordo de una avioneta, a los 29 años, con su amada esposa, Elsa Gloria Castañón Morelli, con quien vive actualmente después de 56 años de matrimonio.

—Tengo seis hijos, cuatro mujeres y dos hombres; y trece nietos —concluye orgulloso el también ganador de la Medalla Presidencial al Mérito Ganadero, oficio que alternó con la aviación durante toda su vida.

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