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miércoles, 11 de enero de 2012

El ladrón que embelesa


Por Rafael Espinosa:
Un delincuente envolvió con sus mañas a una pareja sexagenaria comerciante de tamales, tortas y café, afuera del IMSS de Ocozocoautla (Coita), el martes de la semana pasada en la madrugada.
El ladrón llegó a consumir al puesto de comidas y mientras merendaba inició una plática para hacer confianza, como cualquier cliente lo haría con el vendedor. En la charla dijo ser chofer de un tráiler desde hace varios años y que ahora había hecho una parada de emergencia para internar a su ayudante que tenía "aflicción de corazón o taquicardia, como dicen los doctores".
En el tráiler venía su esposa, a quien había mandado en un camión hacia Tuxtla Gutiérrez (donde ella tiene su familia), porque desconocía cuánto tiempo estaría hospitalizado su paciente.

Don Miguel y su esposa Mary denunciaron que el hombre no parecía bandido, era un sujeto de estatura regular, de pantalón de mezclilla y camisa manga larga. Era "blanquito" de corte militar, cara cuadrada, ojos claros, renqueaba al caminar y tenía un acento norteño o simplemente diferente, narraron.

Para envolver más a los sexagenarios, el bribón se iba rumbo a los pasillos del sanatorio supuestamente para saber el estado de salud de su ayudante y regresaba para continuar la conversación.
Soy del estado de Nayarit, agregó; con frecuencia paso por Coita cuando descargo mi tráiler en Tuxtla. Durante mi trayectoria de chofer, reveló, compré un tráiler para que mi hijo comenzara su propia empresa.
El desconocido sólo interrumpía su verborrea luego de que la pareja de comerciantes despachaba a los clientes.
El supuesto norteño comentó que en cada viaje ganaba más de tres mil pesos, que por dinero no habría por qué quejarse y confesó que su tráiler estaba estacionado en una pensión, pues no sabía cuánto tiempo estaría ahí. 

"El ladrón amaneció platicando; como a las siete y media, el bandido tiró el anzuelazo", recordó don Miguel.

Dijo que en su tráiler traía diez bultos de azúcar y diez cajas de aceite doméstico, los cuales no los quería regresar.
Los supervisores se confunden en las cuentas; ya ve que los estibadores entran y salen rápido de las bodegas, agregó.
Al principio los sexagenarios se mostraron desinteresados en la mercancía, motivo por el cual el ladrón insistió en el tema.
Si quieren, propuso, les puedo vender cinco sacos de azúcar y cinco de aceite por dos mil pesos; el resto me lo llevo. (El precio normal en una tienda mayorista podría supera los tres mil 500, en promedio).
La oferta pareció tentadora, de modo que don Miguel le habló en susurro a doña Mary, su esposa. Le comentó que iría a su casa en su auto (modelo atrasado) a traer dinero para comprar la mercancía ofertada, a lo que doña Mary asintió con un movimiento de cabeza.
Minutos más tarde don Miguel regresó con dos mil 500 pesos en la bolsa del pantalón e insistió al bandido para que fueran por la mercancía, incluso éste se hizo del rogar con el argumento de que antes de ir al mandado vería a su paciente por última vez.
El bandido y don Miguel abordaron el coche al pie del hospital y se fueron. En el camino pidió que pasaran a una panadería donde encargó diez marquesotes y don Miguel cinco.

"Es para mi familia; les gusta mucho", dijo el ladrón al subir al carro.

El supuesto nayarita pidió a don Miguel que pasaran al mercado público, a dos cuadras de ahí, para luego ir por la mercancía prometida.
Sin protestar, la víctima de buena fe arrancó el auto y se estacionó en una de las esquinas del centro de abasto.

"Ahorita regreso, voy a dejar aquí esta bolsa (de nylon negro) en su guantera; son 110 mil de la carga que dejé en Tuxtla, no sea que me asalten", comentó al salir del auto.

Después de avanzar unos metros, regresó y le pidió un adelanto a don Miguel, quien le dio mil 200 pesos.
A don Miguel se le hizo raro que el desconocido tuviera tanta confianza para dejarle el paquete de dinero en su guantera, de tal forma que por un momento tuvo una idea criminal. "Podría irme", pensó.
Comenzó a sentirse incómodo cuando habían pasado 20 minutos y el desconocido no regresaba, aunque su preocupación disminuía al pensar en el efectivo que le había encargado.
Le ganó la curiosidad, abrió la tapa y descubrió que la bolsa negra contenía un paquete de servilletas nuevas. En ese momento, desde su teléfono celular, marcó al número de su esposa a quien le ordenó que si llegaba el susodicho le dijera que no se moviera, que lo esperara, porque al parecer los habían engañado.
Llegó al negocio y luego corrió en los pasillos del hospital, sin encontrarlo. Salió por las jardineras y le preguntó a una señora que si había visto al hombre con las características antes descritas.

"No es la primera vez que roba por aquí", rebatió la señora.

"Me hubiera dicho", alegó don Miguel.

"Pensé que ya era de la banda", repuso la dama sarcásticamente.

Don Miguel regresó triste por el pasillo, recordando que por un momento pasó la idea en su cabeza de darle los dos mil 500 pesos.

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