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martes, 13 de febrero de 2018

Por unos tenis


Rafael Espinosa:

Ayer mi madre me dijo: ten 300 pesos y vete a comprar unos tenis. Ya se los venía pidiendo desde hace unas semanas. Salí de mi casa contento pensando en el "clon" de alguna marca famosa; Adidas, Nike o Pumas. Andaba todo frustrado en los escaparates de Plaza Cristal porque veía puros originales de 800 hasta mil 500. Me dije: Nel, no es por acá la cosa; mejor me voy al mercado Díaz Ordaz. Antes de subirme al colectivo se me acercó un guey y me ofreció un IPhone justo en la cantidad que me había dado mi madre. Desde cuando anhelaba un celular de esos. Pero, me dije, que tal no sirve o es robado y lo rastrean y ya valí grillo. No gracias, carnal, no traigo lana, le dije. Subí al colectivo que por cierto iba hasta el copete; en el asiento de siete iban seis bien apretados, por lo que tuve que asentar una nalga en un pedacito de asiento y la otra quedó al aire, empujándome hacia adentro con el pasamanos para no resbalar. El chofer llevaba una cumbia en el estéreo y en los semáforos se ponía a cotorrear con sus compas de otras rutas. Dije yo, este guey como no se apura, si viera como voy, haciendo presión con las puntas de los pies para no salir volando de este asiento. Al fin se bajaron algunos estudiantes y el espacio quedó más cómodo. De pronto, sentí que la chavita que estaba a mi lado (por cierto más tarde la vi bien y estaba muy muy guapa), se movía como si estuviera suspirando o queriéndose reír, no lo sabía porque su cabello tapaba su rostro. Luego luego vi al fin que estaba llorando y me sentí incómodo sin saber qué hacer. Cuando el colectivo fue quedándose semivacío me atreví a preguntarle qué le pasaba y si podía ayudarla en algo. Después de un momento de silencio me contestó: No, gracias. Uta, hay seguís de ofrecido, me dije, ya ni pedo que se la cargue el payaso. Antes de llegar a la terminal volví a insistirle, porque estos momentos son fundamentales, dijera mi maestro de química. En serio, puedo ayudarte en algo; me llamo Felipe, agregué sin voltear a verla, total sabía que me iba mandar al carajo. De repente escuché: me llamo Margot. Al mismo tiempo se limpiaba sus últimas lágrimas. Margot me contó que sus padres la había corrido de su casa, porque descubrieron que estaba embarazada. En qué pedo te veniste a meter, pensé mientras ella platicaba. La verdad yo siempre he tenido corazón de pollo, como que soy muy sensible. Le dije acompáñame a comprar unos zapatos mientras platicamos, ella accedió de buena manera, total no tenía a dónde ir. En las tiendas del mercado Díaz Ordaz había tenis clonados como arroz. Ven le dije a la Margot, en medio de aquel gentío, tomándole la mano al entrar a un local. Ella me ayudó a escoger unos tenis negros que estaban de perlas y que costaba justo lo que me había dado mi madre, pero al momento de meter la mano en la bolsa me di cuenta de que no tenía el dinero y sólo entonces me acordé del tipo que me ofreció el celular, quien seguramente me bajó la lana cuando me abrazó diciéndome que me conocía. Ya no señorita, le dije acontecido a la joven del mostrador. ¿Y ahora qué hago?, me dije, sin lana, sin tenis y con una vieja embarazada, pues ya le había ofrecido posada por unos días en mi casa, aunque tenía que convencer a mi madre, porque mi padre anda trabajando fuera. Lo bueno es que a Margot no se le notaba mucho la pancita. Ni para el pasaje me quedó, así que nos fuimos caminando y platicando hasta mi casa que se ubica en la Patria Nueva. Al llegar le dije a Margot espérame tantito aquí afuera. Apenas entré y mi mamá me preguntó por los tenis. Ya le expliqué lo que había sucedido, por lo que se enfureció un poco pero se enfureció más cuando le conté sobre Margot. ¿Cómo crees?, ¿estás loco o qué te pasa?. Le dije son unos días nada más, además te he escuchado decir que donde comen tres comen cuatro. Al fin después de media hora logré convencerla. Pero sólo tres días, he, me advirtió. Desde el primer día Margot se portó muy servicial que mi madre le dio chance de quedarse semanas y meses. Quién iba pensar que mi madre iba a convencer después a mi padre para que Margot se quedara más tiempo. A la semana que la conocí iniciamos una relación más que de amistad. Hasta hoy llevamos año y medio juntos, la nena tiene un año y gatea contenta en toda la sala; Margot está embarazada otra vez. Como podrán imaginar ya no seguí estudiando, le ayudo a mi padre en su taller de balconería. Les hice creer a mis padres que la nena es mía y están felices estrenándose como abuelos. Bien decía mi madre que los hijos de sus hijas sus nietos serán pero los hijos de sus hijos en duda estarán.

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