Vistas de página en total

martes, 13 de febrero de 2018

El arte de embalsamar cuerpos


Rafael Espinosa: 

Sin temor ni repugnancia, Fernando desviste el cuerpo inerte y lo baña como si se tratara de un muñeco de plástico. Le da vueltas sobre la plancha fría hasta dejarlo quieto. Saca su caja de herramientas y, con la delicadeza más cercana a la de un cirujano, comienza a romper la piel del difunto. Escarba hasta encontrar la vena safena, a través de la cual, introduce el preinyector para lavar las arterias del hombre de 45 años que ha muerto de cirrosis hace unas horas. Después le aplica un conservador para que no despida olores fétidos mientras se realizan las honras fúnebres.
A sus 32 años, Fernando se ha dedicado a preparar cuerpos casi la mitad de su vida. Su hazaña más presente es cuando embalsamó 14 personas de un accidente entre dos autobuses en el municipio de Cintalapa.
Esa vez, recuerda, trabajó 24 horas sin descanso con pinzas, bisturí, separadores, agujas y demás material de curación, para entregar cuerpo tras cuerpo como si tratara de charolas de panes calientes. El trabajo que más le costó fue la articulación de la cabeza y un brazo al resto de un cuerpo, pues se lo habían llevado desbaratado dentro de una bolsa de plástico.
En esa ocasión también descubrió que la tarea que más le agrada es la de reconstruir cuerpos, dado a que aparte de acomodarle el brazo y la cabeza a la dama, le suturó la oreja, los cortes en el rostro, y la maquilló; la dejó tal como estaba en la fotografía que le llevaron. Es la única vez que ha recibido la mejor propina en toda su vida por parte de los familiares de una víctima: cinco mil pesos.
Los cadáveres que menos le gusta atender es el de los niños, con ellos siente el mismo sentimiento de dolor y tristeza que cuando abrió un cuerpo por primera vez, hace 14 años.
-Este oficio no es para cualquiera -dice esbozando una sonrisa, mientras trabaja.
Hace unos años un joven decidió ayudarlo pero se fue el mismo día en que empezó a trabajar.
—¡Detenme esto! —le dijo Fernando—, entregándole la cabeza suelta de un difunto.
El muchacho arrugó la cara conteniendo su repugnancia, luego le ordenó que fuera por un material al almacén y jamás lo volvió a ver. Pasaron las horas y tuvo que salir a buscarlo y decirle al patrón que el joven había desaparecido. El patrón le habló por teléfono y aquél le contestó: Ya no voy a volver patrón.
—¿Por qué? —.
—Porque no —.
El joven, quien anteriormente era vigilante, nunca había visto un decapitado y mucho menos había detenido una cabeza entre sus manos.
—¿Y tus cosas? —le cuestionó el patrón.
—Hay que le quede —repuso el efímero ayudante.
Fernando Sánchez se involucró en este oficio un día después de su boda, cuando su tío político supo que estaba desempleado. Inició en un mausoleo de la capital chiapaneca, donde cremaba cuerpos a más de dos mil grados centígrados, sin embargo, tres años después tuvo que retirarse porque el calor del horno lo estaba dejando sin cejas.
Ahora, como empleado de una funeraria, busca muertos en los hospitales, y en las calles a quienes murieron de forma violenta, ganándose la vida vendiendo ataúdes y preparando cuerpos, mediante una comisión.
Con guantes y equipos especiales, Fernando sutura la pierna derecha del cadáver después de la preparación que le llevó casi dos horas. Le pone los calcetines, el pantalón y la camisa, así como otros efectos personales para luego introducirlo al ataúd y llevarlo con los dolientes.
Este embalsamamiento estuvo fácil, dice, porque fue por muerte natural y no hay que abrir tanto el cuerpo, pues hay veces que me traen unos en estado de putrefacción cuyos gusanos salen hasta por los oídos.
Los que son por muerte violenta son abiertos y costurados desde la garganta hasta la parte baja del abdomen por parte del personal del Servicio Médico Forense para efectos de investigaciones criminalísticas, por lo que nosotros, explica, tenemos que abrirlo nuevamente para tapar las arterias que fueron abiertas durante la exploración y evitar que los líquidos balsámicos se derramen.
De este modo, Fernando —oriundo de la ribera Chiapa de Corzo—, se gana la vida para que nada le falte en su hogar donde vive con su esposa y sus tres hijos.
Todos los días come y duerme placenteramente; ya nada le quita el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario