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lunes, 2 de julio de 2012

"Te van a matar"




Por Rafael Espinosa:

Antes de la muerte de su hijo, la señora De la Luz sintió un peso enorme en el corazón y le habló a las plantas de su jardín para olvidarse del mal presentimiento. El abrazo y el beso que se dieron en la puerta supieron a despedida.

“¡Qué pue chula, no me vas a alegrar el corazón ahora!”, le dijo a su jardín, extrañada de que no diera flores.

Sentía que el presagio no la dejaba en paz hasta que rodaron las lágrimas sobre sus mejillas. La noche anterior habló con su hijo a través del teléfono celular, sin embargo, ese domingo, las llamadas timbraban pero nadie contestó.

Pasado el medio día fue a la guardería de la iglesia “Jesucristo de los Últimos Días”. Ahí, en medio de varios niños, una compañera le dijo que descargara su pesar.

“Llore, hermana, lloré hasta donde quiera”, escuchó decirle.

Antes de que cayera la noche, recibió una llamada urgente de su sobrina. Minutos más tarde, su sobrina, acompañado del esposo y otro hombre (dueño de la casa donde fue el hallazgo), se presentaron en su domicilio, en la colonia Los Pájaros.

“Alan está muerto”, soltaron los visitantes.

Se condujeron a unas cuadras del mercado Los Ancianos, donde la Policía resguardaba la casa y los vecinos rondaban en el callejón. Una noche antes, Alan había convivido con cinco compañeros del centro de abasto, donde su madre tiene un puesto de tamales y donde él trabajaba de cargador.

“¡Déjenme entrar!”, suplicaba De la Luz a la Policía.

El joven Alan Jair, de 18 años, laureado con diplomados de excelencia académica a su paso por la escuela primaria y quien antes de su muerte exhibió con orgullo a sus familiares las boletas de casi de diez de calificación en la preparatoria (después de un ligero desliz), estaba dentro de la habitación con 19 navajazos corporales, batido de su propia sangre.

“Te van a matar”, advirtió un día De la Luz a su hijo.

Ella se había enterado que un compañero del trabajo había tenido un percance con él. Este compañero, pariente de una locataria del mercado, era parte de la misma cuadrilla con quien Alan Jair salía con frecuencia en un automóvil de uno de ellos.

Un día antes de graduarse del Colegio de Bachilleres de Chiapas, plantel 13, Alan Jair, el joven mormón, cargador del mercado, aspirante a misionero en Europa, goleador del equipo de futbol de sus “amigos”, apareció muerto.

“Espero en Dios no perder la memoria”, soltó la señora sin suprimir el llanto, al tiempo en que enseñaba la habitación llena de recuerdos de su hijo.

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