Por Rafael Espinosa:
¾¡Ay Ricardo!, cómo
olvidarte, si fuiste tú el que destruyó su propio matrimonio. Creías que esta aventura no dañaría tus
30 años de casado. Presumías ser un donjuán con las muchachas del pueblo.Siempre fuiste un infiel sin que mi hija, tu mujer, lo supiera. Pobre de ella, hacía trajes sastre para ayudarte en
los gastos del hogar y mira tú con qué le pagaste, no tienes vergüenza,
Ricardo. Yo pensaba que eras un hombre decente, aquel que
conocí años antes, cuando pedías permiso para ver a mi hija y yo todavía contribuyendo
a que la vieras contra las estrictas prohibiciones de mi marido. Dónde tenía la
cabeza en ese entonces, pero ahora entiendo por qué Dios manda pruebas,
es para saber el tipo de escoria que envía a la tierra, donde todos se
revuelcan arrepentidos, y a esos son los que precisamente les da más vida, que
dizque para que tengan tiempo de arrepentirse, mentira, el que es mala hierba
es mala hierba y punto.
Recuerdo que mi hija te rescató
del alcohol, hasta te acompañaba a los grupos de rehabilitación. Querías
hijos y los tuviste, ya ves, son tres. Ninguno, gracias a Dios, son
como tú. Todos son hombres trabajadores y fieles.
Cómo está eso de meter a tu cama matrimonial a la vecina. Arminda, mi hijita, me lo contó todo, de cómo la vecina estaba desnuda encima de ti, hasta vio que los ojos le caracoleaban y tu acostado tenías la mirada perdida, gimiendo de placer como un toro semental. El otro pendejo del marido de la vecina, que mientras él trabajaba en los Estados Unidos mandando dinero para sus tres hijos, su esposa se montaba como una amazona sobre otro pendejo. Ni vergüenza tiene, ahora la topo en la calle y ni cara tiene para mirarme.
Cómo está eso de meter a tu cama matrimonial a la vecina. Arminda, mi hijita, me lo contó todo, de cómo la vecina estaba desnuda encima de ti, hasta vio que los ojos le caracoleaban y tu acostado tenías la mirada perdida, gimiendo de placer como un toro semental. El otro pendejo del marido de la vecina, que mientras él trabajaba en los Estados Unidos mandando dinero para sus tres hijos, su esposa se montaba como una amazona sobre otro pendejo. Ni vergüenza tiene, ahora la topo en la calle y ni cara tiene para mirarme.
Pobre mi hija hasta loca quedó después aquella escena. Los dos, a los casi 50 años, ni gracia
tienen, lo podría creer de un par de mozuelos, pero ustedes. No tienen perdón
de Dios. Lo que le hiciste a mi hija lo pagarás muy caro. Pobre ella,
desde ese día fue poniéndose triste porque te quería de veras. Va a la
tienda, meramente como una loca, con un suéter grueso bajo el solazo. Eso no
es todo, Ricardo, lo que más me duele es que ahora va contando sus dedos como si hiciera cuentas, la saludan y
ni caso hace. Pobre Arminda, le hubiera ido mejor con Armando, el que de joven le
mandaba flores a la casa, pero la muy terca estaba enamorada de ti. Dicen los vecinos que a veces camina como si estuviera arreando pollos.
Romeo, tu hijo mayor, ni caso le
hace cuando ella le dice que mire a esa mujer que anda en la sala, y nadie hay. ¡Míralo!, le dice.
Ahora la tenemos encerrada porque nadie la puede vigilar, pero
ahora dime, quién crees que le limpia la mierda y le cambia la ropa; pues yo. A mis años, a veces ya no puedo con este trajín.
La señora comenzó a llorar, sentada en su mecedora, junto a su hija loca.
De pronto, apareció Ricardo en la puerta.
--Suegra, vengo a pedirles perdón, a usted y a su hija ¾dijo arrepentido.
En un instante, la suegra sacó un revólver y disparó tres veces contra Ricardo.
¾No me maté, suegra ¾suplicó, tirado en el suelo.
¾Aparte de maricón, cobarde
¾dijo la suegra y le dio el tiro de gracia.
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