Rafael Espinosa // Aquel último día de febrero su esposa le
dio un beso y lo bendijo en la puerta de su casa antes de salir. Se había
levantado a las 5:30 de la mañana. Eliezer alistó sus cosas, se puso el
uniforme y, en su recámara, como siempre, agradeció a Dios por su vida, su
hija, su esposa y la vida de los demás.
Se dirigió a su trabajo.
A diferencia de otros viernes, en éste había más flujo de
tráfico en la ciudad.
—Quizá porque es quincena—pensó al llegar a la Dirección de
Atención a Emergencias (DAEC), de la Secretaría de Protección Civil de Tuxtla
Gutiérrez, su centro de trabajo.
A la 14:03 de la tarde, cuando Eliezer y sus compañeros
regresaban de combatir un incendio de pastizal, se activó la alarma de
emergencia en los radios de comunicación.
—Compañeros, reportan volcadura de un camión con personas
prensadas —se escuchó en la radio y continuó la voz—; comandante diríjanse al
Libramiento Norte a la altura del Mirador Los Amorosos.
El operador encendió la sirena de la unidad de ataque rápido
y se dirigieron al lugar.
—Parece que cuando más prisa tiene uno más tráfico hay
—comentó uno cuando estaban en el congestionamiento, cerca del Reloj Floral.
Minutos más tarde, a las 2:10, en el Libramiento Norte,
divisaron un camión de pasajeros volcado a media carretera y un tráiler en
sentido contrario colisionado en un auto compacto.
Eliezer y sus compañeros, Jordán y Agustín, dejaron la unidad
y corrieron cerca de 100 metros hasta llegar al lugar. Había muchos curiosos,
policías tratando de controlar el tráfico y paramédicos de otras corporaciones
que habían llegado antes.
Eliezer apoyó a Jesús, de la Cruz Roja, y a Sergio, del
instituto de Bomberos, quienes establecían el Sistema de Comando de Incidente
ante la magnitud del choque.
Utilizaron las “quijadas de la vida” que Isabel, Marco y
otros compañeros del Heroico Cuerpo de Bomberos, ya había organizado para
rescatar a la familia prensada entre los fierros del coche, mientras los demás
socorristas se enfocaron en los estudiantes heridos que viajaban en el camión
ahora volcado.
Al quitar el toldo hecho añicos del coche, vieron a una
criatura de dos años, con vida; estaba entre los dos asientos delanteros. El
chofer y la acompañante también estaban vivos.
—¿Cómo está mi esposa?… ¿Cómo está mi hijo? —preguntó el
hombre, entre los fierros, moribundo, rodeado de rescatistas.
—Están bien, no se preocupe, los están atendiendo —repusieron
los paramédicos. Respire profundo —le recomendaron al tiempo que los demás
apoyaban a Eliezer a instalar la mascarilla de oxígeno, con ayuda de su jefe,
el secretario de Protección Civil, Eder Mancilla, y otros compañeros más que le
controlaban la hemorragia y aplicaban soluciones intravenosas.
Se tardaron 20 minutos más en liberar las piernas prensadas
del chofer. La mujer copiloto estaba somnolienta y quejumbrosa, con fracturas.
Cada uno fue internado en la ambulancia y llevado al hospital.
—Cuando liberamos al chofer, con múltiples fracturas, que era
el que estaba más prensado, se escucharon aplausos de los presentes —recuerda
Eliezer, de 33 años, esbozando una sonrisa—; son momentos de satisfacción por
haber salvado una vida más, dice.
Eliezer, con la camisa manchada de sangre, se quedó tranquilo
hasta que todos los lesionados fueron llevados al hospital. Con sus compañeros
limpiaron el aceite de la carretera de los vehículos involucrados. Eran las
4:20 de la tarde.
Eliezer regresó a la base nuevamente, agotado, se bañó y se
cambió en espera de otro servicio de emergencia; tenía muchas llamadas pérdidas
en su teléfono celular y mensajes infinitos de reconocimiento a su trabajo,
pues lo habían visto en las transmisiones en vivo de las noticias en las redes
sociales.
En toda la noche de guardia, alrededor de una mesa y tomando
café, el accidente fue motivo de plática entre compañeros.
Eliezer contó que siempre tiene presentimientos y quizá por
eso la noche anterior no le agarraba el sueño. Daba vueltas en la cama hasta
que se durmió solo para que la alarma de su reloj lo despertara una hora
después.
A las 7 de la mañana del sábado, al día siguiente del
accidente, salió de la guardia de su trabajo y se fue a su casa.
Su esposa lo recibió con el mismo beso que lo recibe siempre
y le dio un abrazo.
Una hora más tarde, se fue a la Escuela Nacional de
Protección Civil, donde estudia la Licenciatura en Urgencias Médicas
Prehospitalarias. Hace un par de años egresó de la Carrera de Derecho, es
técnico en urgencias médicas e instructor en primeros auxilios.
¿Quién iba a pensar que aquel niño, que le tenía miedo a la
sangre, se dedicaría a salvar vidas?
Hace 18 años, cuando él tenía 17 de edad, su hermana lo
invitó a un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja de Ocozocoautla, de
donde es originario, para vencer su miedo a la sangre, y ahí se quedó, para
siempre, con este oficio de salvar vidas como paramédico.
Su lema es: Vivir para servir, servir hasta morir.
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