#SUCHIAPA #CHIAPAS
· El paisano en las honras fúnebres de su
amigo que trabajaba en Cometra.
Rafael Espinosa:
En medio
de aquel silencio fúnebre que guardaba la multitud, sobresalía la habladuría
incesante del beodo de sombrero de explorador y guaraches de cuero curtido. A
pasos vacilantes caminaba en la calle, a lado del féretro azul marino y
molduras plateadas. De su boca surgía una letanía que pocos le daban
importancia.
—¡Idiay, vos, Pulga! —recuerda que le
decía el difunto cuando se lo topaba.
—¡Idiay, vos, Cabeza Blanca! —le
contestaba él.
Así farfullaba en su monólogo, como si
no fuera acompañado de las 200 mujeres de rebozo y hombres de camisola, rumbo
al panteón. El vientecillo glacial de las nueve de la mañana aún dominaba los
primeros rayos del sol.
—¿Le ayudo, compa? —le preguntó a uno de
los hombres que cargaban el ataúd. Aquél nomás hizo una mueca de risa, aunque
luego cuadras después, quizá por el cansancio, le sugirió:
—Búscate a uno de tu tamaño para
mantener el nivel de la caja —.
En realidad había varios que compartían
la misma estatura baja que él, pero en ese momento nadie de la muchedumbre se
animó por su estado etílico. No le quedó más que desviar el tránsito de algunos
vehículos durante la procesión.
Al llegar el ataúd a casa de la madre
del difunto, una casa fresca de horcones y tejas de barro, el servicial
dipsómano, abriéndose paso entre la multitud, preguntó desesperado por el
pedestal.
—¡La base!, ¡la base!... ¡La base de la
caja! —.
Camino de la iglesia San Esteban Mártir,
la cual está improvisada en la cancha del parque después de sufrir fracturas en
la españada, la Pulga cargó el
féretro, vigilado por el resto, pues durante los primeros pasos campaneaba los
ojos, como que si la carga le pesara más de lo que él creía.
—¡Ah, jijos! Sí que estás pesadito —dijo
de manera graciosa.
A unas cuadras lanzaba una mirada
cómplice en busca de ayuda.
—¡Uff! —resopló al cederle la caja a
otro.
Después de la misa de cuerpo presente,
donde había un ventarrón que amenazó con tirar el catafalco, la Pulga cargó nuevamente el féretro unas
cuadras y continuó con su monólogo incomprensible. Sólo guardó silencio cuando
al entrar al camposanto una rezadora de voz aguda comenzó el responsorio
repetido por las mujeres de rebozo. El hombrecillo hacía como que coreaba el
rezo, brincando tumbas, lápidas y sepulcros, como entremetido que busca ser
protagonista de una escena.
Mientras los sepultureros jalaban la
cuerda para ingresar el ataúd a la bóveda, la Pulga metía las manos y en cada esfuerzo resollaba quizá para
demostrar a los asistentes su apoyo. También se puso a cantar al difunto
fragmentos de las canciones Cruz de
Olvido y Ese hombre de las canas,
cuando alguien de la multitud en voz alta las cantó completas. Al terminar de
rellenar la fosa, con ayuda de otros, lanzó un puño de tierra y movía los
labios como si le dijera algo, a modo de despedida, a don Romeo Nanguelú, de 50
años, trabajador de Cometra en Tuxtla Gutiérrez, desaparecido el 25 de
noviembre y hallado muerto 13 días después en el río grande de Chiapa de Corzo.
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