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lunes, 11 de diciembre de 2017

El adiós de un amigo

#SUCHIAPA #CHIAPAS


·       El paisano en las honras fúnebres de su amigo que trabajaba en Cometra.

Rafael Espinosa: 

En medio de aquel silencio fúnebre que guardaba la multitud, sobresalía la habladuría incesante del beodo de sombrero de explorador y guaraches de cuero curtido. A pasos vacilantes caminaba en la calle, a lado del féretro azul marino y molduras plateadas. De su boca surgía una letanía que pocos le daban importancia.

—¡Idiay, vos, Pulga! —recuerda que le decía el difunto cuando se lo topaba.

—¡Idiay, vos, Cabeza Blanca! —le contestaba él.

Así farfullaba en su monólogo, como si no fuera acompañado de las 200 mujeres de rebozo y hombres de camisola, rumbo al panteón. El vientecillo glacial de las nueve de la mañana aún dominaba los primeros rayos del sol.

—¿Le ayudo, compa? —le preguntó a uno de los hombres que cargaban el ataúd. Aquél nomás hizo una mueca de risa, aunque luego cuadras después, quizá por el cansancio, le sugirió:

—Búscate a uno de tu tamaño para mantener el nivel de la caja —.

En realidad había varios que compartían la misma estatura baja que él, pero en ese momento nadie de la muchedumbre se animó por su estado etílico. No le quedó más que desviar el tránsito de algunos vehículos durante la procesión.

Al llegar el ataúd a casa de la madre del difunto, una casa fresca de horcones y tejas de barro, el servicial dipsómano, abriéndose paso entre la multitud, preguntó desesperado por el pedestal.

—¡La base!, ¡la base!... ¡La base de la caja! —.

Camino de la iglesia San Esteban Mártir, la cual está improvisada en la cancha del parque después de sufrir fracturas en la españada, la Pulga cargó el féretro, vigilado por el resto, pues durante los primeros pasos campaneaba los ojos, como que si la carga le pesara más de lo que él creía.

—¡Ah, jijos! Sí que estás pesadito —dijo de manera graciosa.

A unas cuadras lanzaba una mirada cómplice en busca de ayuda.

—¡Uff! —resopló al cederle la caja a otro.

Después de la misa de cuerpo presente, donde había un ventarrón que amenazó con tirar el catafalco, la Pulga cargó nuevamente el féretro unas cuadras y continuó con su monólogo incomprensible. Sólo guardó silencio cuando al entrar al camposanto una rezadora de voz aguda comenzó el responsorio repetido por las mujeres de rebozo. El hombrecillo hacía como que coreaba el rezo, brincando tumbas, lápidas y sepulcros, como entremetido que busca ser protagonista de una escena.

Mientras los sepultureros jalaban la cuerda para ingresar el ataúd a la bóveda, la Pulga metía las manos y en cada esfuerzo resollaba quizá para demostrar a los asistentes su apoyo. También se puso a cantar al difunto fragmentos de las canciones Cruz de Olvido y Ese hombre de las canas, cuando alguien de la multitud en voz alta las cantó completas. Al terminar de rellenar la fosa, con ayuda de otros, lanzó un puño de tierra y movía los labios como si le dijera algo, a modo de despedida, a don Romeo Nanguelú, de 50 años, trabajador de Cometra en Tuxtla Gutiérrez, desaparecido el 25 de noviembre y hallado muerto 13 días después en el río grande de Chiapa de Corzo.

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